Cuando los sueños de Alberto no iban más allá de ver amanecer y sentir en sus manos la suavidad del rocío en la hierba, la vida le vino a recordar que no podía escapar de los pecados de sus raíces. De repente conoció el amor y el odio, el sabor de la amistad y la tortura del silencio. De golpe, cada gota de su sangre luchaba por no llegar nunca al corazón, cada latido reclamaba venganza. Conoció en lo más profundo: la ira del tiempo. 10