Verdadero y falso apela al actor de una forma tan sincera como irreverente arremetiendo contra las vacas sagradas de la interpretación, especialmente contra los valedores del Método Stanislavski y los agentes del negocio teatral para proponer al lector nuevas formas de valorar y acercarse a un personaje, de trabajar con el texto, de aprovechar los ensayos y las audiciones y de sobrevivir, con la máxima cordura, en el negocio de la interpretación conservando y protegiendo tanto la dignidad personal como el compromiso actoral.