Por terribles que sean las consecuencias de las guerras, a lo largo de la historia casi todas las sociedades han empleado argumentos para disculpar o animar su práctica. A este respecto, la Edad Media representa en la historia de Occidente un período en el que se formaron o consolidaron las razones que, desde entonces, vienen siendo empleadas para justificar el uso de la fuerza, la muerte violenta y la destrucción masiva de los adversarios. Fueron las sociedades medievales de Europa occidental las que desarrollaron un conjunto de principios jurídicos, morales y religiosos tendentes a legitimar la guerra, dirigirla hacia fines considerados aceptables y, finalmente, sacralizarla. La necesidad de exculpar y de potenciar una actividad que en sí misma era considerada como perniciosa, aberrante y pecaminosa, acabó generando un complejo entramado de representaciones mentales y cristalizando en una verdadera ideología que, en muy buena medida, fue forjada fundamentalmente por los hombres de Iglesia. Las ideas y códigos de comportamientos elaborados con el fin de hacer aceptables, e incluso deseables, actividades netamente nocivas surgieron normalmente a partir de la aplicación a la guerra de nociones procedentes del derecho y de la religión que cristalizaron en torno a dos grandes conceptos ideológicos: el de guerra justa y el de guerra santa. Con cierta sorpresa puede constatarse que, al día de hoy, aunque la sociedad occidental ha cambiado radicalmente desde aquellos tiempos, aquel argumentario se mantiene casi intacto, y que las razones que en el presente se esgrimen para condenar o disculpar el uso de la fuerza son, en ocasiones, las mismas que aquellas alegadas por los autores medievales.