A punto de cumplirse los trescientos años del nacimiento de Francisco Salzillo Alcaraz y tras los muchos estudios que se le han ido dedicando desde el día de su muerte en 1783, este prodigioso y completo artista ha salido siempre airoso de los juicios que se le hayan podido hacer a lo largo del tiempo y de los cambios del gusto estético. Al principio del Neoclasicismo estaba ya bien impuesto en España, pero el artista fue admirado por la equilibrada contención y el delicado idealismo con que supo teñir el fuerte naturalismo de sus figuras y composiciones. Esa última cualidad le hizo luego ser admirado por románticos y realistas de mediados del siglo XIX, a la vez que se ponía en justo valor el profundo sentimiento religioso que supo imbuir a sus creaciones, que era muy capaz de conmover a los espíritus sensibles. Desde la segunda mitad del siglo XX, los estudios positivistas, basados en documentación estricta y miradas objetivas, le han despojado del aura romántica que alguna vez pudo haber ayudado a su mitificación, pero es muy cierto que estos no han podido quitar un ápice a su intrínseco valor artístico y, antes bien, han servido para reforzar su importancia en el panorama de los otros artistas contemporáneos, haciendo de él una figura reconocida y aclamada como uno de los artistas de alcance universal que dio el prolífico e irregular siglo XVIII.