El asombro ante lo incomprensible, reflejo inconsciente de la infancia de la autora, es la superestructura temática que da unidad y coherencia a toda la obra de Ana María Matute. La injusticia, la fatalidad y el tiempo, en estrecha alianza, desintegran constantemente el mundo. Y la muerte actúa como brochazo final y amenaza alzada, de modo permanente, sobre la vida. En " Los hijos muertos " la tierra está amasada de capas superpuestas de muertos que proyectan su halo nefasto sobre los vivos. En esta gran novela, Ana María Matute radiografía la vida compleja y conflictiva de una nación escindida y desgarrada, para intentar comprender y penetrar en las causas últimas de la injusticia y el odio, que hacen inhabitable, en primer término, a España y, en última instancia, al mundo. La conclusión que se desprende no puede ser más negativa y desalentadora: la injusticia y el odio y, por consiguiente, la infelicidad, reinarán siempre en la tierra porque el mundo está mal hecho desde sus orígenes: el hombre es el ser más desposeído de la creación porque sabe que tiene que morir y porque se da cuenta de su soledad y de su limitación. Este pesimismo sin salida impulsa al hombre a aferrarse con todas sus fuerzas a la tierra, avasallando a los que están por debajo de él: el fuerte siempre medra a expensas del débil.