En 1844, y atribuyéndola a Juan Clímaco, Kierkegaard había publicado Migajas filosóficas, obra en la que diferenciaba radicalmente la filosofía sistemática con pretensiones absolutas (representada por Hegel) del socratismo, y a este, de la relación única que se produce entre el maestro y los discípulos, tal como se establece en el caso de Cristo y los cristianos. Dos años más tarde, el mismo Juan Clímaco (y su «editor» Søren Kierkegaard) vio necesario hacer una serie de apostillas a dicho texto. En ellas profundizaba en los matices del problema de cómo cabe siquiera pensar que la eternidad se relacione con el tiempo, o sea, que Dios y la historia puedan estar de alguna manera en contacto y el individuo existente pueda realmente convertirse ya ahora en seguidor de la verdad plena y eterna.