Hay ciudades que constituyen por sí mismas un género literario. Nueva York es el mejor ejemplo. Y dentro de ese género una de las obras maestras es este libro, que aúna sociología y humor, futurismo y encanto antiguo. En La ciudad automática encontramos el envés bien humorado de otra obra escrito por las mismas fechas, Poeta en Nueva York de Federico García Lorca. Lo que en el poeta es tremendismo y magia, lo trueca Camba en alacridad, disparatada hipérbole y punzante inteligencia. Quienes aman Nueva York, quienes la detestan, no pueden dejar de leer este libro, escrito por alguien que se resiste a dejarse seducir por los encantos de la Ciudad con mayúscula, pero que al final acaba sucumbiendo a ellos, como nos pasa a todos. Con Nueva York y también con Camba, el escritor que detestaba la literatura, el anarquista que acabó sus días refugiado en un hotel de lujo. Julio Camba (1884-1962) es uno de los pocos escritores españoles que ocupa un lugar destacado en la historia de la literatura solo con su obra periodística. Nacido en Villanueva de Arousa, emigró todavía adolescente a Argentina, donde entró en contacto con los medios anarquistas, lo que ocasionaría su repatriación forzosa. A partir de 1908, cuando fue enviado a Constantinopla, destacó como corresponsal en el extranjero. En 1916 sus crónicas comenzaron a ser reunidas en libro. Ese año aparecieron Londres, Alemania y Playas, ciudades y montañas. Con posterioridad publicaría Un año en el otro mundo (1917), donde narra su primera estancia en Nueva York, La rana viajera (1920), Aventuras de una peseta (1923) y La ciudad automática (1932). Sus artículos misceláneos, con los que renovó la literatura humorística, fueron recopilados en Sobre casi todo y Sobre casi nada, ambos de 1928 (reeditados en Renacimiento con prólogo de Juan Bonilla y Felipe Benítez Reyes);Esto, lo otro y lo de más allá y Etc. Etc, los dos de 1945, y Millones al horno (1958). Aparte de las crónicas viajeras, la obra más conocida de Julio Camba es La casa de Lúculo o El arte de comer (1929). Su desencanto republicano lo plasmó en Haciendo de República (1934). Buena parte de su labor periodística quedó perdida en las hemerotecas y se ha ido recogiendo póstumamente en volúmenes como Caricaturas y retratos (2013) o Crónicas de viaje (1914). Constantinopla, de inminente aparición en esta misma editorial, recopila los artículos del viaje a Turquía, hasta ahora casi enteramente desconocidos.