Entre lecturas de Sofía Mello, Ana Luisa Amaral y Anise Kolzt, surge este poemario. El pensamiento sobre los nombres y su intencionalidad, si bien no a modo de Austin y Searle, sino de la exploración de la palabra poética, estableció las bases de este libro. Los nombres designan nuestro ser, se desenvuelven en espacios desconocidos y a través de ellos modificamos la realidad. Por nombres y entre nombres nos comunicamos en una red logos cuyo fin podría ser enlace entre todas las comunidades. De este modo, la poesía constituye esa música interior que nos entreteje y entiende a todos por igual. Mi interés por los nombres de la naturaleza y el «Yo» dinámico y biológico que somos cada uno de nosotros, hizo que espontáneamente me comunicase con un metalenguaje esencial y situase la propia poesía en la realidad de la vida, en su razón y su azarosa complejidad.