La manera en que Breccia entendió el cómic marcó el inicio de una nueva época cuyas repercusiones todavía palpitan en el ánimo y las viñetas de numerosos autores consagrados o anónimos. A lo largo de su trayectoria profesional fue derivando de manera natural desde la comercialidad hasta la vanguardia y en ocasiones llegó a frecuentar casi la marginalidad. Siempre fue un espíritu inconformista e inquieto y lo fue de una forma compulsiva. Ninguno de sus increíbles avances le permitía estancarse en un estilo determinado, independientemente de la aceptación obtenida, siendo por ello incapaz de repetir una estética o unos recursos durante demasiado tiempo. Lo cual originó una continua huida hacia delante que no siempre supo ser valorada por sus contemporáneos o compatriotas. Se preocupó con frecuencia por representar las facetas más oscuras o problemáticas del alma, quizá por las circunstancias aciagas que tan a menudo rodearon su entorno social, político e incluso familiar. También asumió distintos grados de compromiso ético y humano pero cuando y de la forma en que lo juzgó necesario. Estaba convencido de que la honestidad del artista es lo que hace realmente que una historieta sea buena. «El estilo es el concepto, es el hombre», afirmó en una entrevista. Y esto es lo que le hace inclasificable, ya que va modificando su manera de ser a medida que afloran los distintos tipos de emociones o sentimientos que va reflejando puntualmente en sus viñetas.