Cuando llegó la novela a mis manos lo primero que me llamó la atención fue el título: Magdalenas sin azúcar. Pronto me percaté de la inmensa metáfora que esconde y que afecta a casi todos los personajes de la trama a lo largo de casi un siglo. Las personas que aparecen tan solo buscan vivir en paz, sin mentiras ni secretos que ocultar. Sin embargo, la realidad cotidiana y sobre todo las circunstancias que la envuelven, más que su propia voluntad, determinan sus vidas, provocando que tengan secretos y mientan, incluso a las personas que más aman. Los personajes evolucionan psicológicamente a lo largo de la novela de manera sorprendente, están vivos. La narrativa es ágil y sobre todo visual, el autor busca la complicidad del lector, transformándolo en un espectador capaz de ver ante sus ojos lo que sucede, no solo en el entorno, sino también en el interior de cada uno de los personajes, haciéndole capaz de sentir los miedos e inseguridades de los mismos, sufriendo o emocionándose con ellos, como ellos. Magdalenas sin azúcar es una metáfora sobre la libertad y el amor en todas sus formas, condensándose dicha metáfora tanto en el título como en la pregunta con la que se inicia y culmina la historia: ¿Quién llevará flores a los muertos de Juncos si están bajo las aguas del pantano? Jaime Flores Flores (Catedrático de lengua y literatura española Universidad de Puerto Rico-Río Piedras)