El lector tiene en sus manos un epistolario singular, en el que Jorge Guillén desvela los entresijos de su alma soleada a una joven que comenzaba a abrirse a los estudios literarios en la década de los años sesenta. Esa joven, Luce López-Baralt, se cartea con el poeta entre 1964-1982, hasta poco antes de la muerte de Guillén en 1983. En esos largos años de relación epistolar ambos privilegiaban los temas literarios y las publicaciones mutuas. Por su condición de exilado, Guillén quería saber lo que los profesores de la estudiante, en el Madrid de la posguerra, opinaban de su poesía. Pero luego los corresponsales pasaron a hablar también del amor feliz de pareja, tema al que se dedicarían en persona y por escrito. El poeta confió reiteradamente a su interlocutora su propia dicha matrimonial y se convirtió en su inesperado cómplice vital. Ser tan feliz siempre es un reto y don Jorge, con su alegría impertérrita, la ayudó a asumirlo plenamente. El poeta vallisoletano no solía prodigar la ternura que entrevera el presente epistolario a interlocutores letrados como Pedro Salinas: era precavido con ellos ante la atemorizante posibilidad de una publicación póstuma. Fue expansivo e íntimo con Luce López-Baralt porque no le representaba formalidad alguna. Esta es precisamente la relevancia de la correspondencia entre ambos: Guillén se muestra sin pose, confidencial, curioso ante la recepción de su propia obra y, sobre todo, pletórico de ternura y de júbilo vital. Las cartas del inmenso amigo fueron siempre para ella «una alegría en voz alta».