Espartaco ha sido la última gran figura del toreo del siglo xx. Su camino hasta la gloria es un ejemplo del sacrificio que supone la profesión de torero. Se forjó con una infancia y una juventud marcadas por el empuje y exigencia de un padre taurino como pocos, así como en los episodios del traslado familiar a Madrid y de su aventurada formación en América. Desde su debut con picadores en 1978, logró encabezar el escalafón en solo tres años. A pesar de todo, a Espartaco estos triunfos no le sirvieron para alcanzar una cotización especial. A comienzos de 1985, con el agua al cuello, según el propio torero, llegó el toro de la consagración, Facultades, con el que Espartaco cambió para siempre su camino por la profesión y, al mismo tiempo, dio paso a un tiempo nuevo para la Fiesta. Durante siete temporadas fue la máxima figura del toreo. Desde 1991, alejado de las exigencias de la cima y, a pesar de muchas contrariedades dentro y fuera del ruedo taurino, pudo verse a un espada distinto, capaz de torear con un gusto especial. Retirado en 2001, aunque con apariciones intermitentes, ha ido saboreando el poso que h