«Cuando Esthi Rubio me comunicó que deseaba que yo le escribiera un prólogo al poemario que acababa de finalizar, me asaltaron dos sensaciones. Una era de sorpresa, pues nunca me habría esperado una petición tal. La segunda fue de cierta perplejidad, pues una vez que llegó a mis manos el texto original del poemario esperaba sumergirme, sin más, en una reposada lectura de poemas. Pero a medida que avanzaba en la lectura acabé descubriendo que me había sumergido en toda una experiencia poética».