Un narrador espectral y sin nombre acecha a las víctimas perdidas de Seúl, a las que sugiere el suicidio como único consuelo. Bajo las luces de neón de la ciudad, su historia se cruza con la de dos hermanos, C y K, enamorados de la misma mujer y en lucha por encontrarse en un mundo frenético y atomizado. Con un estilo cercano a la ensoñación que contrasta con imágenes de potencia cinematográfica, Tengo derecho a destruirme, publicada en 1996, es una oscura parábola sobre la vida contemporánea oriental que anticipó la crisis económica y social que estalló un año después. Al igual que Bret Easton Ellis, Kim Young-ha disecciona el desencanto de la juventud de su país y su manera de combatir el tedio existencial. Coches que se lanzan a toda velocidad por la autopista, sexo desesperado, la internacionalización del mundo del arte y su creciente frivolidad se conjugan en este libro de culto de la literatura surcoreana reciente que marcó a toda una generación de jóvenes.