A mediados del siglo XIX, la fortaleza musulmana de la Alhambra es uno de los rincones preferidos por los viajeros románticos europeos y americanos. El francés Alexandre Ícaro es uno de ellos. A su llegada, descubre una fortaleza en ruinas habitada vagabundos y sobre la que pesa una maldición, escondida en lo más profundo de sus estancias junto al tesoro de los musulmanes.