El 18 de julio de 1936, tras conocer la noticia del alzamiento, la bailarina y bailaora española apodada la Argentina, admirada en todo el mundo, sufre un síncope y muere. Tiene 46 años y un don para hacer suya no solo la historia de la danza, sino la propia historia. Ese día se quiebra la Segunda República y se quiebra la artista. Isabel de Naverán persigue, a partir de la investigación y de las fotografías, el eco de esa convulsión individual que contiene, de forma representativa y simbólica, el dolor colectivo que se avecinaba y que ha resonado, en distintos momentos y de distintas maneras, a través artistas muy dispares de las siguientes generaciones: los japoneses Kazuo Ohno, que recuperó su danza cincuenta años después de haberla visto bailar, y Takao Kawaguchi, la bailaora Rocío Molina o la escritora Gertrude Stein, entre otros.