En esencia, toda poesía que merezca tal nombre es elegíaca: el río de Heráclito y de Jorge Manrique es el símbolo, literario y espiritual, de la finitud humana. El poeta lo registra no desde la vivencia, sino desde el recuerdo de la vivencia. Ese «recordarse vivir» que atestigua la palabra poética se convierte en el mármol invisible que desafía al olvido.