Cuando eres de un pueblecito de Lugo y el futuro que te espera es ser mamporrera en la granja de tu tía, has de tomar una decisión: o te marchas en busca de tu destino o el destino acaba contigo. Yo me decanté por la primera opción. Me largué a la gran ciudad y me independicé agarrándome con fuerza a mi nueva realidad. No tenía estudios, pero sí dos manos y unas veinte horas diarias para tratar de sobrevivir. Así fue como terminé con tres empleos. Todo habría ido medianamente bien si no fuera porque cada madrugada el pichabrava de mi vecino se encargaba de desatar la tercera guerra sexual. Me juré que iba a erradicar su lujuriosa existencia por una cuestión de supervivencia, pero eso fue antes de ver la tentación que vivía arriba.