El libro que el lector tiene en sus manos no es un libro cualquiera, como tampoco puede serlo el propio lector. Ambos comparten a buen seguro una inquietud común: la necesidad de sustituir el sistema económico capitalista por otro que elimine todas las injusticias sociales que ese sistema inevitablemente genera. Unos habrán sentido curiosidad al leer el título y, tras haber vivido ya demasiado tiempo en el mundo de la frustración o en el de la utopía, estoy seguro de que su lectura no les dejará indiferentes. Incluso si algún lector sin especiales inquietudes sociales se anima a terminarlo es probable que, si no acaba por convencerse con los argumentos que se esgrimen, al menos comprenda que estamos muy lejos de ese ´fin de la Historia´ que Francis Fukuyama más que pronosticar deseaba (como desean todos sus colegas de la Comisión Trilateral), y a buen seguro que al menos abrirá su mente y comprenderá mejor, aún desde la discrepancia, que es posible mirar más allá de lo políticamente correcto y del desorden mundial establecido.En cualquier caso, contemplando los desastrosos efectos del capitalismo (desigualdades, hambre, contaminación, etc.), ¿alguien puede decir honestamente que no es legítimo buscar alternativas? Yo diría que no sólo es legítimo, sino que es una verdadera obligación moral, y precisamente consciente de ella he decidido afrontar el reto y ofrecer una alternativa que espero pueda ir enriqueciéndose en el futuro con las aportaciones constructivas que se hagan. Estoy convencido de que serán muchas las aportaciones interesantes que se harán por parte de personas de mayor nivel intelectual que el mío.El derrumbe definitivo de la falsa alternativa comunista (en el capítulo correspondiente explico el alcance de mi afirmación) dejó a mucha gente huérfana de una alternativa real (así la consideraban ellos) y viable al aparentemente triunfante capitalismo. Claro que no es lo mismo vencer por méritos propios que sobrevivir al desplome del aparente enemigo. En cualquier caso quienes no encontraban alternativas han estado ya demasiado tiempo caminando sin brújula, unas veces lanzando estériles soflamas contra la mundialización (aunque ellos fueron los primeros que en realidad la fomentaron con sus ideas internacionalistas e interculturales, haciéndole el juego ya sea por ignorancia o por mala fe -muy probable en el caso de la mayoría de los dirigentes- a esos liberales que bien sabían que ellos iban a ser en esas circunstancias los verdaderos amos del mundo, como lo están siendo a través de instituciones como la ONU, la OTAN, el FMI (Fondo Monetario Internacional), el BM (Banco Mundial) o la OMC (Organización Mundial de Comercio, el antiguo GATT) -que en realidad no hacen sino cumplir con las indicaciones de quienes en realidad mandan: los miembros del Club Bilderberg y de la Comisión Trilateral principalmente-), otras veces aferrados a causas tan legítimas como la de la defensa del medio ambiente (aunque normalmente desde esa parodia del verdadero naturalismo que es el llamado ´ecologismo´) y otras muchas a causas bastante menos sanas (legalización de las drogas, fomento del horrendo crimen del aborto, ataques constantes a la Iglesia Católica, etc.-). Eso sí, su fracaso en materia económica ha sido tal que les deslegitima y les hace incapaces de construir una alternativa seria y viable para el siglo XXI. Su tiempo ha pasado y ya nunca volverán, salvo que lo hagan, parafraseando al propio Marx, en forma de farsa (o de parodia dramática de sí mismos más bien). Su pasado les ata ideológicamente de forma irreversible al fracaso, y con demasiada frecuencia su incapacidad para superar prejuicios y esquemas mentales periclitados demuestran una debilidad intelectual que apenas pueden suplir (o eso creen ellos) a base de una serie de tópicos que, convenientemente entrelazados, hasta pueden dar la impresión al profano de constituir un verdadero sistema de pensamiento. Pero detrás de ese frontispicio basta con m