Fue en un cumpleaños, en el mío, cuando me di cuenta de lo distante, lejano y remota que estaba mi niñez, mi infancia. Antes, aunque en la intimidad y confianza me lo tomaba como más festivo, ocurrente, jovial, determinante, gracioso y divertido;ahora, cada vez que me veo en el espejo, me pongo a reflexionar, a deliberar, a cavilar, a discurrir, a rumiar, a poner en movimiento la balanza del tiempo para sopesar la mercancía. Cada persona, cada individuo, tiene, goza y disfruta de sus particulares recuerdos de la vida, de su existencia , anclados y fondeados en lugares y emplazamientos imprecisos de la memoria. Aunque muchas veces el tiempo se ocupa de marchitar y secar los recuerdos, solo nos queda la nostalgia y la melancolía de una distancia que solo mitigan, calman y dulcifican los pensamientos. Un buen día, de sopetón y sin consultar con nadie, eché mano de papel y bolígrafo, me puse a escribir del tirón, y lo hice con dos fines bien diferentes y desiguales: uno puramente literario y el otro esencialmente nostálgico por un tiempo vivido y difícil de retornar, de retroceder.