¿Cómo es posible que su perro se siente con toda parsimonia cuando usted le está pidiendo precisamente que acuda a toda prisa? ¿Por qué ladra todavía más fuerte cuando usted le dice que deje de hacerlo («calla, calla, ¡CALLATE!»)? ¿Por qué será que le mira con esa cara de sufrida resignación cuando usted le está felicitando con efusivos abrazos?