"A mediados de los cincuenta, un joven de ojos negros y mirada fiera hizo saltar por los aires los estrictos cánones del ajedrez posicional...". Genna Sosonko describe así la irrupción de Mijail Tal en el ajedrez de elite. Su juego audaz, imaginativo e incontenible parecía entroncar con los nuevos aires de la sociedad soviética, algo parecido a la libertad. Tras la muerte de Stalin, Nikita Jruschev denunció en el Congreso del PCUS de 1956 los crímenes de aquél y los excesos del culto a la personalidad. Aun sin proponérselo, Mijail Tal es, en cierto modo, el abanderado de una nueva libertad en el ajedrez. Para millones de aficionados, su empuje y su fantasía eran como un torrente incontenible que, abatiendo los diques del anquilosado ajedrez posicional, abría las compuertas que daban paso al ajedrez del futuro. He aquí el testimonio de Vasili Smyslov: "La aparición de Tal en el gran ajedrez tuvo el efecto de la explosión de una bomba, puesto que su estilo de juego se distinguía por una excepcional brillantez combinativa. Las piezas parecían cobrar vida en sus manos. Todo le daba resultado y sólo podía crear y