Todo empezó con una firma, o mejor dicho, con la no firma de un acuerdo entre la Unión Europea y Ucrania. Nadie, ni quienes lo proyectaron ni quienes se negaron a rubricarlo, podían imaginar el seísmo que estaban a punto de desencadenar. Un seísmo que ha puesto en jaque todos los equilibrios forjados entre Occidente y Rusia tras la desaparición de la Unión Soviética. Un seísmo que ya ha dejado miles de muertos en Kiev, en las regiones de Donestk y Lugansk. Un seísmo que ha provocado un cambio de fronteras en los confines de Europa, con la anexión de Crimea por parte de Rusia. Un seísmo que ha llevado a Ucrania a la guerra civil. Y las réplicas continúan. Ucrania es víctima de su posición geográfica, de su historia, de sus propias contradicciones internas, de sus errores políticos, de su oligarquía. Desde su independencia en 1991, la ex república soviética busca su propio camino. Pero se ha quedado atrapada en el tablero de la geopolítica internacional, desgarrándose entre el sueño europeo y las aspiraciones neoimperiales del gran vecino ruso.