Corre el año 1943. En un angosto vagón de mercancías precintado, ciento veinte deportados cruzan tierras francesas camino del campo de concentración. Es un viaje claustrofóbico, vejatorio: los cuerpos hacinados caen de agotamiento, uno pierde la cuenta de los días que lleva allí, y ni siquiera sabe dónde ni cuándo acabará el viaje.