La paz perpetua pertenece a la etapa o ciclo dramático en que su autor ha sabido dar con un tipo de teatro, intempestivo y actual, en el que con frecuencia sus protagonistas son animales humanizados, con las funciones psicológicas superiores muy desarrolladas o la emotividad a flor de piel, que sirven para descubrir o desenmascarar el lado más terrible de la humanidad y los horrores a los que esta ha conducido y conduce. Concebido el espectador como el lugar donde se produce el encuentro entre lo literario y lo espectacular, un intérprete activo, Mayorga rehuye ofrecer lecciones morales, consciente de que las tesis siempre las añadimos los lectores a partir de la "discusión" propuesta por el dramaturgo. Se sitúa, pues, en la línea de lo que afirmaba Shaw sobre la estructuración del drama ibseniano, evitando la antinomia folletinesca buenos-malos aun sin dejar de creer en la existencia del bien y del mal.