Viernes Santo y aún no ha terminado el sueño. La silenciosa, y a la vez jubilosa, Madrugá extiende sus brazos para besar la frente de una tarde aletargada. Una tarde latente, una tarde de nostalgia, una tarde inminente. Viernes Santo de gremial señorío en la Carretería, de Soledad franciscana, de callejuelas de Esperanza, de Tres Caídas en San Isidoro, del silencio sepulcral que anuncia el muñidor de la Mortaja y de conversión del Buen Ladrón. Es Viernes Santo. Las tinieblas cubrirán pronto la ciudad y una serie de hechos sobrenaturales concurrirán en el instante supremo. Desde la Cava viene expirando un gitano por el puente de la eternidad... el Cachorro de Triana agonizando con Sevilla... lo escrito está a punto de consumarse.