Si preguntan a vuesas mercedes por mí, no den muchas explicaciones si tuvieron a bien conocerme;que en los tiempos en que se cuenta esta historia mía, los tiempos del rey Felipe II y de mi buen amigo don Miguel de Cervantes, no lucía mucho, ni daba lustre haber nacido el segundo en casa de pastores, no. Y yo solo quise ser lo que el oficio de las armas da, a pesar de padre. Me jugué los cueros desde muy zagal, debajo de un aspa de San Andrés o de Borgoña, que para un español es lo mismo. Crecí esquivando balas, picas y mucho acero. Español hasta la última vena de mi cuerpo y la última gota de mi sangre, derramé mucha de esta;por mi rey, por mi Dios y por mi patria. Perdí la fe, sí. Y la recuperé y supe que había algo más. Reñí mucho, tanto o más de lo que bebí. Erré, sí. Amé a mi mujer y quise a mis hijos más que a mi propia vida. Me lo pensé poco a la hora de dar muerte a un enemigo de España;ya fuera hereje o moro o francés o inglés, que enemigos en mi época no faltaban;más bien sobraban, vive Dios. Jugué y perdí mucho, sobre todo con mi mala suerte. Voto a Cristo que por España me jugué vida y honra por medio mundo;en Berbería, en el mar océano y, sobre todo, en el infierno en la tierra que era Flandes. Y esta es la historia de un Tercio nuevo, el del Campo de Montiel. En los muros de Amberes y lo que llamaron «el milagro de Empel». En una época en la que mentar el nombre de España era como ver a Dios para unos pocos y como ver al diablo para casi todos.