Tal vez, justo después de ese segundo en el que dejamos de respirar, nuestros pies pisen las nieves perpetuas que cubren la colina. Diciembre no es un momento, es un lugar. Es una tortuosa y retorcida espiral que asciende por la ladera nevada y a veces, entre las escasas briznas de hierba que perviven, deja aparecer una puerta de madera azul. El hombre solitario cruzará una puerta tras otra. Vivirá, en su muerte, el último día de vida de otras almas que, como la suya, agonizan en la espera de que ese nuevo viaje sea el último.