La noticia de la muerte de tres cosmonautas soviéticos al volver a la tierra, después de 23 días en la estación espacial Sályut, es el detonante del delirante viaje que va a emprender Nicolás. Amparado por la pasión lectora, cambia su nombre por el de Nikolái Nikoláievich Pseldónimov y su vida cotidiana, la de principios de los años setenta en el norte de México, se convierte en un friso que conjuga todos los tiempos y todos los espacios de la literatura rusa: desde Tolstói hasta Bulgákov, desde Chéjov hasta Ajmátova. Nicolás y su mujer, junto a un puñado de desconocidos que se les unen por el camino, recrean con fervor escenas, conversaciones e historias de un amplio abanico de novelas, cuentos y obras de teatro, pero que a diferencia de los caballeros que imitaba don Quijote, están protagonizados por antihéroes. Decenas o cientos de relatos que nos ayudan a recomponer su propia historia y a intuir su desolación ante un mundo en el que no encajan, al que solo pueden enfrentarse con la imaginación. Porque, como dice el protagonista de El peso de vivir en la tierra, «La vida es lo único infinito que tiene