A los siete años Virginia Applejack todavía se meaba en la cama. Beth Kozlonowski se empezó a valer por sí misma a los quince. Bobby, que solo tiene once, acaba de birlar una Smith &Wesson M29, calibre 44 Magnum, con cañón de veinticinco centímetros. Virginia consta como desaparecida desde 1983, pero desde entonces ha llovido mucho (o lo suficiente, casi tres años) para que la chavala se las haya visto de todos los colores. Su padre murió de cáncer y su madre y su hermana viven en las afueras de Baltimore. Ella, instalada con Beth en Los +ngeles, cuida de Bobby y está a punto de dejarse enredar por un aspirante a dramaturgo que conduce un Plymouth Fury y vive donde termina la carretera. Alternando puntos de vista y dándonos a conocer todas las facetas de su crónica de sucesos, David Lapham propone una de las entregas más tenebrosas de Balas perdidas, que no es decir poco.