Mitchell Moinian estaba intentado hacer los deberes. Pero estaba inquieto, y no dejaba de mirar por la ventana de su cuarto para mirar el coche. Una farola hacía que el metal azul reluciera. Mitchell no pudo resistirlo. Tenía que sentarse en el coche. Aguantó la respiración, bajó las escaleras y salió por la puerta. Caminó por el lado del conductor y se detuvo junto al retrovisor. «Adelante», susurró una voz. «Entra». Mitchell iba a dar una vuelta, y no tenía ni idea del miedo que iba a pasar.