A lo largo de los años había vuelto en varias ocasiones a Japón, un lugar que ya se me antojaba mi casa. Y, sin embargo, aquélla fue la primera vez que me abandoné a un viaje sin objetivos. No había citas ni reuniones, viajaba por el placer de perderme. Y empecé a entender que tal vez perderse en lugares desconocidos permitía acceder a las estancias secretas de un yo más profundo. Me preparé para acoger lo que el viaje me deparase, como Miyamoto Musashi se preparaba para sus duelos. Con la precisión que deja una puerta abierta al azar, para dar la bienvenida a lo inimaginable. El libro de los cinco anillos me acompañaría.