La poesía de Edward Thomas (Londres, 1878-Arras, 1917) es un milagro tardío. En el momento en que comenzó a escribir poemas, Thomas contaba treinta y seis años de edad, tenía ante sí apenas tres de vida y era ya autor de más de una veintena de libros de prosa. Su amistad con W. H. Davies y Robert Frost lo impulsaría a escribir sus primeros versos, y en apenas dos años y medio Thomas completó una obra poética que no ha dejado de ganar admiradores -entre ellos, poetas como Auden, Larkin, Brodsky, Heaney o Walcott- desde que su autor murió en la Gran Guerra. En general, Thomas es una referencia para aquellos poetas que han escrito al margen del experimento y la vanguardia más declarados y han buscado una línea de continuidad con la tradición que va de Wordsworth a Hardy, pero al mismo tiempo han intentado esquivar la reiteración georgiana y no se han cerrado por completo a las novedades procedentes del otro lado del Estrecho, o del otro lado del Atlántico. La poesía de Thomas es universal y al mismo tiempo supone para el poeta inglés una determinada idea de Inglaterra y de la tradición inglesa. A estas alturas, un clásico.