Roland Barthes se refería a la escritura de grado cero como la propia de aquellos textos literarios que se presentan aparentando quitarse de encima cualquier marca de las prácticas literarias precedentes o coetáneas. En El grado cero de la partitura se desarrolla una aplicación del concepto al caso de la música y se identifican varias modalidades musicales que emergen de territorios en los que no cabe hablar de arte musical, que están más acá o más allá de lo establecido como musicalmente correcto: la música anodina de las superficies comerciales, la música privada o de baja calidad técnica, el ruido y el silencio. Todos estos territorios se han confirmado como suelo fértil para la creación musical de la más alta originalidad y nivel artístico, contraviniendo en cierto modo el afánde desconexión respecto a lo musicalmente canónico por parte de sus artífices.