Una muchacha furiosa baja las escaleras de una pensión donde está prohibido tener animales (aunque todos tengan uno). En el trayecto golpea puertas e insulta. Llantos, lujuria y peleas. Seres que bajan y suben los gastados escalones de un infierno a escala. Durante un breve lapso de diez minutos y en el reducido espacio de una pensión las historias se cruzan y avanzan en múltiples sentidos y en más de una dimensión. Intriga, mutilación y ternura. Un mundo habitado por inquilinos animalizados por la rutina y mascotas de presencia casi humana. Pensión de Animales puede ser leída como una herejía cristiana pero también como una fábula que refleja la frase de Paul Éluard: ôhay otros mundos pero están en esteö. Leerla es un viaje al interior de la imaginación. ôSilva Olazábal trama aventuras de desenlace sorprendentemente dichoso, contadas con una velocidad extrañísima, como de cámara lenta, que les imprime un carácter a la vez onírico e hiperrealistaö (Ignacio Echevarría)