«Me atrevería a decir que uno de los viajes principales que propone Hasta que nos duelan las costillas es un intento de pasar de la vergüenza de anunciarse —«o sea perdón por la interrupción / o sea perdón por la intensidad»— al encuentro de referencias a las que aferrarse. Es el paso de una infancia marcada por la ausencia de conceptos y de relaciones a la adolescencia plagada de toda una mitología cultural. Ahí aparece todo lo pop: nuestras cantantes favoritas de la adolescencia, las series de instituto, los coming of age. Lorde, Lana Del Rey, Marina and the Diamonds o Greta Gerwig son algunos de los nombres que forman la constelación del imaginario de Javi Navarro que se va expandiendo como aquella concepción de la infancia;y la adolescencia, bajo la misma saturación y peso de expectativas que su edad antecesora, cae.» -Del prólogo de Juanpe Sánchez López Hasta que nos duelan las costillas es un poemario —o mejor, un poema en plano secuencia de ochenta páginas— que irrumpe en la tradición de las obras de crecimiento y paso a la madurez en forma de Notre-Dame ardiendo. Escrito en el verano de 2020, Javier Navarro-Soto Egea se vacía en los últimos años de su adolescencia para intentar conseguir la foto fija de ese momento clave de nuestras vidas. Sus versos son indomables y anárquicos, como los de un joven apesadumbrado que escribe en su loco y triste diario sus confesiones más íntimas y patéticas, sus miedos y fobias, pero también los destellos de felicidad explosiva y los momentos de exaltación de la amistad en una noche de verano bañada con vodka barato. Hay en este poemario ese sentimiento de arder al ritmo de una canción petarda, de no poder parar de bailar, mientras se mira de reojo y con cierta melancolía cómo se está plantando la semilla de lo que algún día serás como adulto, una edad inevitable a la que ir, pero que quieres evitar a toda costa. Javier Navarro-Soto Egea es la voz de todos los que jugábamos en las plazas, de los que nos encerrábamos en casa con la game boy, de los que ahora vemos Paquita Salas con nostalgia y escuchamos música de Lorde con la luz apagada para que no nos vean llorar. Su poemario es un grito, para todos los adolescentes que buscan su sitio en el mundo, y para los que lo buscamos cuando lo éramos y no lo encontramos.