La visión de un futuro apocalíptico inunda los medios de comunicación. Estamos acabando con nuestro planeta, nuestro estilo de vida es insostenible y el creciente número de seres humanos empeora las cosas a pasos agigantados. Todo ello, unido al catastrófico cambio climático ocasionará en el futuro cercano un vasto sufrimiento a millones de personas. Se acercan enormes migraciones, cruentas guerras por unos recursos cada vez más escasos, unas cosechas cada vez más exiguas, fenómenos naturales cada vez más virulentos que originarán una destrucción sin igual. La sociedad ha entendido el problema y, guiada por sus líderes políticos, pide urgencia y firmeza en las soluciones. Pero todo esto tiene un fallo fundamental: que la realidad de los datos no apoya ninguno de los dos mensajes, ni el del apocalipsis, ni el de la urgencia. La ciencia nos está dando mensajes muy claros y evidentes. Pero esos mensajes se desvirtúan de un modo mayúsculo cuando trascienden a la esfera política. El apocalipsis climático es un relato político, no científico.