Apenas somos conscientes cómo la reforma protestante ha influido en nuestras vidas. Tras el atormentado antihéroe de las películas americanas, la autoimposición de la felicidad como un deber absoluto, la necesidad imperiosa de un triunfo profesional o las angustias de la soledad y el individualismo que nos abaten, podemos descubrir los ecos de una nueva antropología que trajo la Reforma protestante. La eclosión espiritual que implicó, llevó a innumerables grupos y congregaciones a buscar la pureza espiritual pero reflejada una moral y control público que hoy nos asustaría. En ciudades como la Ginebra de Calvino se prohibieron los juegos, se cerraron las tascas e incluso se impidió celebrar la Navidad. No fue extraño que, en países como Inglaterra, y en determinadas sectas, se llegara a reglamentar el número de platos permitidos o prohibir postres y dulces. Buena parte del protestantismo vivió bajo el terror del inminente fin del mundo. Isaac Newton fue uno, entre muchos, de los que escudriñó el Apocalipsis para profetizar la fecha exacta del esperado acontecimiento. Por su parte, los Wasp (Whites, Anglos