Los jefes de los cárteles de la droga de Medellín y Cali -Colombia-, Jorge Luis Ochoa Vásquez y Gilberto Rodríguez Orejuela, que durante los años 1984 a 1986 pasaron por las cárceles de Carabanchel, Alcalá y el Puerto de Santa María, concertaron con miembros de ETA encarcelados que expertos en explosivos viajaran a Medellín, donde fabricarían coches bomba, accionados por control remoto, para Pablo Escobar. Los etarras cobraban sus servicios en cocaína que les entregaban en Galicia, a través de la organización de Sito Miñanco, quien se ofreció a pagarles por la droga y les facilitó el contacto de un abogado en Andorra para que ingresaran el dinero en bancos del Principado. Los terroristas se sintieron cómodos en este enclave y tuvieron la mala idea de empezar a exigir el impuesto revolucionario a las ocho familias más pudientes del pequeño país. Estos, hijos y nietos de famosos contrabandistas, se negaron a pagar y contactaron con la mafia marsellesa para que les solucionara el problema. Lo que pasó después, era algo para lo que los propios etarras no estaban preparados...