En una habitación de hospital, una mujer, bióloga de profesión, excursionista de vocación, recibe una larga y emotiva carta manuscrita de un amigo. Una carta con la que trata de animarla a que escriba sus recuerdos más emocionantes. Los recuerdos que guarden relación con su especial conexión con la naturaleza. Para ello, además, le propone que responda a un particular listado de preguntas. Estimulada por la idea, emocionada por el contenido de la carta, sacando fuerzas de donde parecía que solo había dificultad, decide ponerse a ello, organiza todo lo que quiere contar en un cuaderno de notas, a la antigua usanza. Aferrada a sus recuerdos comienza a escribir mientras la enfermedad define nuevos retos. Y hacerlo le resulta balsámico. Y leerlo resulta emocionante y sanador: una celebración a los instantes de plenitud y sentido. Una despedida que también es una canto a la amistad y un legado de amor a la vida, las montañas, los ríos y la naturaleza.