La poesía toda de Jaime Ferrán es un recorrido, un vademécum de vida. Un paseo por el mundo que ilumina y el tiempo que da sombra, al calor del deseo amistoso o amoroso y de la cultura, que nunca es un adorno, sino la raíz honda y más humana del hombre, que nos muestra partes y sujetos de la Historia. Dada su trayectoria vital, plena de viajes físicos y en la mente de ideas y palabras, no puede sorprender que Ferrán falleciera en Georgia, EEUU, en 2016. El olvido se había ido haciendo ya con él, inmerecidamente. Fue un hombre ávido de cultura y vida, como demostraría su antología de poesía colombiana nueva años 60 Generación sin nombre, editada en 1970. Un hombre que buscaba en los libros y en el sentimiento y un poeta, un genuino poeta, que se sitúa en muchos poemas en la vanguardia lírica de su tiempo. Alguien dijo que un hombre no debe ser juzgado por todo lo que ha hecho, sino por lo mejor que ha hecho. Y así, no hay duda, Jaime Ferrán, noble y buen poeta, está salvado. Un alto poeta del 50. (Del prólogo de Luis Antonio de Villena)