«La magia es vista como una capacidad innata de la humanidad que siempre vuelve a emerger, especialmente tras largos períodos de racionalismo, y que ni la religión, ni la ciencia ni la política consiguen erradicar jamás.» Nadia Choucha, Surrealism and the Occult Durante años, El arte mágico de André Breton fue un auténtico libro de culto, objeto de deseo de los bibliófilos parisinos. Publicado en 1957 por el Club Français du Livre en una tirada limitada, a ojos de su autor representaba el anhelo de toda una vida: nada menos que una historia universal del arte, desde sus orígenes prehistóricos hasta nuestro tiempo, acompañada de una iconografía irreprochable, de la que estaba convencido que sería uno de sus mensajes más duraderos. La particularidad de esta historia, cuyas notas y documentos visuales había ido acumulando a lo largo de los años, es la de estar contada con las premisas del surrealismo. Por sus páginas desfilan: el Bosco, Brueghel, Uccello, Durero, Grünewald, Altdorfer, Holbein, Arcimboldo, Caron, Desiderio, Blake, Füssli, Goya, Friedrich, Böcklin, Gauguin, Gustave Moreau, Rousseau, De Chirico..., sin olvidar el arte religioso de las más diversas épocas y culturas del mundo. Toda esta fabulosa corriente visual, compuesta por más de doscientas reproducciones de gran calidad, constituye el último sueño de Breton. El volumen se cierra con una interesante e insólita sección de ciento cincuenta páginas sobre el valor y la significación de lo mágico en nuestra época, en forma de encuesta realizada a personajes de la talla de Martin Heidegger, Octavio Paz, René Magritte, Georges Bataille, Claude Lévi-Strauss, Julien Gracq, Benjamin Péret, Pierre Klossowski, Roger Caillois, Juan Eduardo Cirlot, Leonora Carrington, Julius Evola, Maurice Blanchot, René Nelli... Una de las figuras más representativas de las grandes pulsiones artísticas y literarias del primer tercio del siglo xx es sin duda André Breton (1896-1966). Breton creía que el ser humano es como un animal encerrado en una jaula, dando vueltas y vueltas sobre sí mismo, y asumió una suerte de pasión amorosa por la pureza salvaje, por la desnudez original, donde la vida vuelve a ser lo que era, realidad viviente, no una mera exterioridad cuantificable sin sustancia ni contenido. Y pensó que esto sólo puede cumplirse si la potencia del deseo nos conduce a las raíces más profundas y auténticas de la Imaginación. De ahí que terminara proclamando que «solamente es bello lo maravilloso», como da buena muestra el río de imágenes que seleccionó tan cuidadosamente para este libro.