Viendo la sonrisa que luce Luis Rosales en su ataúd, se diría que se está burlando de las caras de estupor que se les quedan a las gentes de bien que contemplan atónitas cómo una marabunta de mujeres extravagantes (presumiblemente prostitutas), se presentan en el tanatorio para brindarle un último adiós, pero lo cierto es que si en vida el protagonista de tan particular velatorio hubiera sabido el espectáculo que con su defunción iba a provocar, la verdadera causa de su fallecimiento hubiera sido la vergüenza.