Lo llamaron Patronato de Protección a la Mujer, pero aquellas paredes escondieron, incluso bien entrada la democracia, prisiones encubiertas para mujeres consideradas menores de edad hasta los 25 años. Con la apariencia de conventos, aquellas cárceles camufladas privaban de libertad, se explotaba con trabajos clandestinos y servía de tránsito para aquellas mujeres consideradas rebeldes a las que se ingresaba en manicomios. Seres humanos cuyo único delito, su único pecado, fue pertenecer a familias desestructuradas, ser víctimas de violaciones, de abandono o de la miseria. Muchas de ellas encerradas en aquellos centros religiosos sólo por pensar diferente,