Hace doscientos años se supo que los Caballeros Kadosh eran los Templarios bajo otra denominación, de forma que el Grado fue proscrito y quedó como una ceremonia vestigial. Al igual que el resto de órdenes secretas, tenían dos doctrinas: una oculta, que eran las enseñanzas joánicas, y otra pública, que era el Catolicismo Romano. Los Templarios profesaban unas ideas que rápidamente les harían ganar adeptos, pues simpatizaban con los credos destronados, prometiendo libertad de conciencia a todos. Pero las semillas de la decadencia fueron sembradas en la Orden del Temple en su mismo origen. La Orden había concebido una gran obra que era incapaz de llevar a cabo, porque no conoció ni la humildad ni la abnegación, porque Roma era entonces invencible, y porque los jefes posteriores de la Orden no comprendieron su misión. Consiguieron ser opulentos, pero se volvieron insolentes. Roma llegó a temer a la Orden, y el temor es siempre cruel. El Papa Clemente V y el Rey Felipe el Hermoso dieron la señal a Europa, y los Templarios fueron arrojados a las mazmorras. Pero antes de su ejecución, el jefe de la Orden condenada organizó e instituyó lo que posteriormente se daría en llamar Masonería Hermética o Escocista. La Orden sobrevivió bajo otros nombres, y los Templarios labraron la ruina del Rey de Francia. Los instigadores de la Revolución Francesa habían jurado arrojar el Trono y la Tiara sobre la tumba de Jacques de Molay. Quizá Jacques de Molay y sus comilitones fueron mártires, pero sus vengadores deshonraron su memoria. La realeza se regeneró en el patíbulo de Luis XVI, y la Iglesia triunfó en el cautiverio de Pio VI. Pero los sucesores de los antiguos Caballeros del Temple perecieron, abrumados por su fatal victoria. 4