Cuando nos percibimos como persona sufrimos nuestra propia fantasía de existir separados del mundo. La defensa de la imagen de uno mismo desaparece en la presencia, en la escucha. Al ver lo que no somos se revela lo que somos, el trasfondo que sostiene todo, el silencio. Dejar el mundo libre de nuestras proyecciones, dejarse tocar en cada instante, morir a toda forma de seguridad, a toda pretensión, a todo saber, es una auténtica espiritualidad.