Si hay algo que caracterice a la represión implementada sobre las mujeres es su carácter sistémico e integral. Las mujeres no solo fueron castigadas por su implicación en actividades políticas o sociales de carácter izquierdista durante la República, por participar en la resistencia al golpe militar de julio de 1936 o por haber sido corresponsables de los "excesos" cometidos en la retaguardia en aquellas zonas que permanecieron más o menos tiempo bajo control de la República. Ni siquiera se las consideró solamente culpables por sus propios "pecados" y por los ajenos, pues buena parte de las represaliadas lo fueron por ser madres, hermanas, esposas o compañeras de varones buscados por las autoridades por diferentes motivos. También lo fueron por su mera condición de mujeres, por transgredir unos valores tradicionales que los rebeldes consideraban consustanciales a su naturaleza y que impusieron por la fuerza, lo cual supuso para todas ellas, cualquiera que fuese su significación política o social o su ausencia de ella, renunciar a una parte de su propia identidad. Represión, coerción y control social interactúan y se entremezclan de este modo para garantizar la perpetuación de la tradicional división de roles y la restauración del viejo orden amenazado por los tímidos avances experimentados en la etapa republicana. Desde esta perspectiva, puede afirmarse, sin temor a errar, que las mujeres fueron las grandes derrotadas de la debacle del treinta y seis.