Manuel Vázquez Montalbán fue sobre todo poeta, amén de polígrafo impenitente (y como tal transgresor de géneros literarios), novelista de éxito, cronista, ensayista político, periodista, estrella mediática de la escritura, creador de personajes memorables (alguno, Carvalho, de recepción universal), notario de la transición y de los cambios de la sociedad española durante más de cuatro décadas Y, sin embargo, nunca dejó de ser poeta. Quizá porque tuvo siempre muy claros su procedencia cultural y social y sus progenitores literarios y poéticos. Quizá porque su andadura poética comenzó en la cárcel, y su memoria personal y su adhesión a la cultura popular eran ingredientes esenciales de su poesía. Su lenguaje era nuevo y personal, porque bebía de los veneros de las vanguardias y del acervo popular, radiofónico y cinematográfico, de la copla, del jazz y de la intrahistoria obrera del barrio del Raval y de la Barcelona de su infancia, y de la doble simbología de un lejano abril marcado por dos fechas (1931 y 1939) de significado antagónico que terminaría siendo escrituras y signos superpuestos de su historia personal y de la memoria colectiva.