Dicen que, hace muchos años, los habitantes de Montblanc no se levantaban con el canto del gallo ni con el despertador. Cada mañana, unos bramidos terribles y un tremendo olor a quemado les helaban la sangre. Y no tenían un volcán cerca, ni un incendio en el bosque de al lado. No. Tenían algo peor: ¡un dragón feroz!