En el otoño de 1584, tras haber publicado en los meses precedentes los tres diálogos cosmológicos que ampliaban el heliocentrismo copernicano en la dirección de un universo infinito, eterno y homogéneo, con una infinitud de sistemas planetarios y con la Tierra elevada a la dignidad de un astro divino, Giordano Bruno publica la Expulsión de la bestia triunfante, en la que expone las consecuencias morales, políticas y religiosas de la verdadera cosmología, restaurada tras la demolición del universo aristotélico-cristiano. Sirviéndose, como recurso mnemotécnico, del difundidísimo, aunque falso, esquema de las cuarenta y ocho constelaciones de la esfera de las estrellas fijas, Bruno expone la secuencia de virtudes que se elevan al cielo estelar (alegoría del sujeto humano individual y colectivo) en sustitución de los vicios que han prevalecido (bestia triunfante) en los siglos anteriores. Usando también el motivo clásico de la reforma del cielo promovida por Júpiter y los dioses olímpicos (alegoría del intelecto y demás facultades humanas que han recuperado el conocimiento verdadero), Bruno presenta la nueva configuración ética, política y religiosa del sujeto humano individual y colectivo que devolverá la paz a Europa poniendo fin a las guerras de religión, mediante la nueva alianza del poder político con la filosofía, una alianza que pondrá la religión cristiana al servicio de un poder político soberano, promotor de la convivencia y del progreso social.